
“- Para nosotros, esté simboliza la renovación, el volver a empezar con cada nueva sesión, de esta manera dejamos fuera del Dojo todo lo que no es del Dojo, es algo espiritual.”
Me maravillo de su explicación, el hombre que se encuentra ante mí cuenta en su haber con experiencia y sin duda, aunque siempre bajo mi valoración subjetiva, sus ojos y sus actos reflejan el conocimiento de un camino difícil y fascinante.
Todo está dispuesto, los arcos están montados, los makiwara o balas de paja se encuentran sobre sus pedestales, las distancias han sido medida con la exactitud del ojo experto, los alumnos visten el uniforme propio de la más noble casta guerrera japonesa. Nos sentamos en el suelo en posición “seiza” (sentados sobres nuestros pies y piernas con las rodillas tocando el suelo) frente al Tokonoma y tras unas palabras de la senpai (hermana mayor, de mayor grado) del Dojo nos inclinamos en reverencia a los ancestros, posteriormente el Sensei se dirige a la clase dandome la bienvenida, un honor extraordinario que agradezco con creces inclinándome hasta tocar con mi frente en el suelo. Saludo al sensei y todo empieza. Los ritmos y el tiempo funcionan de forma distinta en el Kyudo, la via del arco y la flecha requieren tiempo, tanto que parecen estar fuera de él, como en un momento e instante distinto al del resto de la humanidad. Los arqueros toman el “yumi” y se sitúan frente a la zona de tiro mientras los demás observamos desde un lateral. Todos entran compasados, con una precisión extraordinaria, el ritmo es constante, único… el silencio absoluto deja espacio a los sonidos primarios, solo la respiración de los arqueros imbuye al aire de calma y serenidad. Con estricto orden se siguen con exactitud todos los pasos de una fina y orquestada sinfonía de movimientos, cada acción supone una ceremonia en si misma, un momento trascendental y único, irrepetible… haciendo del pensamiento “zen”, del aquí y ahora un emocionante espectáculo. El primer arquero ha colocado su flecha mientras el segundo se prepara y el tercero espera, organización milimétrica, espíritu unificado, ¿como puede un arte marcial ser tan bella? Es imposible no ver que el trabajo es en equipo, que todos y cada uno por separado forman un conjunto, una unidad de pensamiento y espíritu. El “yumi” se tensa y el ojo del arquero canaliza su alma a través de la flecha, no la suelta, la deja ir, se convierte en la flecha por un breve instante mientras esta vuela y poco después, justo antes de que ésta se clave, él ya no es la flecha, es el blanco. Su espíritu regresa, todo a pasado deprisa pero el ritmo vuelve otra vez a parar el tiempo, los movimientos se sincronizan de nuevo y el compañero que está a su lado toma el relevo. Uno tras otro se suceden los disparos hasta que no queda ningún arquero sobre el tatami, entonces de forma veloz pero con paso igualado entran en fila otros arqueros ayudando a sus compañeros, se sitúan frente los makiwaras y comienzan a extraer las flechas, me sorprendo al ver que incluso el acto más simple y sencillo también aquí debe tener un orden y se realiza con tremenda espiritualidad, las flechas se extraen sin arrancarse, casi como una caricia, tomando conciencia de que tanto el blanco como las flechas tienen alma, concepto de origen sin duda sintoísta. Mentiría si dijera que no me emocioné al verlos lanzar, guerreros de cultura ancestral lanzando flechas espirituales, cada acción producía en mí un escalofrío y absolutamente nada de los que vi durante aquellas cuatro horas me dejó indiferente, casi tuve que contener a mi alma volcándose a través de mi rostro en más de una ocasión y por un instante pude sentir la paz que producía en mí todas y cada una de las acciones de aquellos a los que consideraba ya mis compañeros.
Tal vez la paz se encuentre en las acciones sencillas y la calma en los gestos más humildes. Tal vez, en épocas antiguas, cuando la guerra terminó y el tiro con arco ya no tenía cabida en batalla alguna, los samuráis, guerreros cansados y llenos de dolor por la guerra y asediados por la perdida y la muerte, encontraron en el zen una vía espiritual de alcanzar la paz y aprendieron a dejar ir su alma con cada flecha para que, durante un breve instante, solo un momento de matiz eterno, sus emociones, sentimientos y espíritus fueran realmente libres…
Tal vez…
Fundador de la Academia para el estudio y la Práctica de las Artes Marciales Kwoon Ryû
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